Además de sentir que ni habiendo dormido bien, ni de vacaciones, ni con una siesta se descansa, hoy el descanso parece haberse sumado a la lista interminable de deberes morales cotidianos.
Ejercitarme.
Cocinar.
Comer saludable.
Ser un adulto ‘funcional’.
Ser el empleado del mes.
Ahorrar, pero también disfrutar del sueldo.
Ser hijo, madre, padre, amigo, pareja.
Seguir mis pasiones y no olvidarlas.
Y, además, lo que ahora es un mandato reiterativo, cotidiano: haz espacio para descansar y disfrútalo plenamente.
La ‘orden’ que recibimos todos los días de conquistar el bienestar, en lugar de operar como alivio, parece estar funcionando cada vez más como reproche: una exigencia imparable, una fantasía de poder ‘ganarle al cuerpo’.
El descanso se espera como se esperaría el resultado de un proyecto: Un descanso exitoso de la vida que llevamos en una siesta de 20 mins, en un día ‘libre’, o en una pausa activa.
La autocensura, (y la vergüenza) de admitir que seguimos cansados incluso después de dormir bien, después de un día libre o después de las vacaciones, moraliza nuestra sinceridad y nos empuja a proteger y sostener el secreto del cansancio colectivo.
¿Por qué, si hoy más que nunca tenemos acceso a videos, tutoriales y discursos sobre cómo cuidarnos, cómo comer mejor, cómo dormir mejor, cómo sentirnos más libres o más jóvenes, nos sentimos cada vez más cansados y siempre cansados?
Tal vez, para empezar, sea necesario admitir que hay algo de la forma cotidiana y colectiva de vivir que nos exige el cansancio como via de relacionarse con otros y con el mundo.
Que tal vez, recibimos dosis encubiertas de exigencias, demandas, pedidos, que no notamos pero están ahí siendo parte de una fuerza abrumadora que nos pide responder y reaccionar, el teléfono, la noticia, trabajo, el mundo.
Los discursos actuales de bienestar, de cómo relacionarnos, cómo vernos, cómo ser, están siendo en cada minuto una vara que nos mide y solicita policiacamente cuentas de qué tanto estamos cumpliendo.
la virtualidad ha configurado formas confusas de estar para el otro. Se asume que la presencia nuestra para todos es instantánea, al alcance de un mensaje, permanente. No solo tenemos que responder a esa comunicación con nuestros seres queridos, también, tal vez en el trabajo, pero además las redes sociales nos están solicitando siempre una reacción u opinión.
¿Cómo no estar exhaustos?
Dormir más o irnos de vacaciones (aunque necesario e irrenunciable) está viéndose ridículamente corto en relación al malestar que tenemos en frente y en nuestros cuerpos.
Esa insuficiencia, ese cuerpo que se pronuncia a pesar de una racionalidad que intenta censurarlo, señala que hay una conversación que no puede ser callada ni con sueño, ni con ocio, ni con descanso.
El cansancio persiste y regresa tras un cuerpo aliviado por el ocio, el sueño, el entretenimiento porque hay algo que tiene para decir y no ha encontrado el camino hasta nosotros.
Hay una conversación pendiente. Y está siendo claro que la pregunta no es qué más hacer para descansar mejor, de esto ya tenemos un instructivo sin fin.
¿Cómo hacer una pausa honesta y qué significaría un descanso vital?
¿Cómo desobedecer tantas expectativas agotadoras?
¿Cómo entregar nuestra sinceridad a nosotros mismos y a los espacios que habitamos proponiendo un descanso enraizado, sostenible, estructural?